jueves, 26 de septiembre de 2013

EL CALCETÍN SINGLE

Se va el verano y la ropa de abrigo vuelve a tomar los armarios. Adiós a las chanclas y vuelta al mocasín. Los pies otra vez encadenados bajo el yugo del algodón. Retorna un drama interminable al día a día de nuestro vestuario. Aparecen de nuevo, como cada año desde tiempo inmemorial, esa media docena de calcetines singles, prendas solitarias que enviudaron por culpa de una mala praxis doméstica. Quizás fue en un lavado rápido, o en un viaje de fin de semana, o tal vez se separaron para siempre después de un planchado faraónico de sábado tarde lluvioso. 
La mayoría de sus dueños se niegan a asumir la realidad: les ciega un extraño cariño. Siguen conservándolos a sabiendas de su error por si algún día el destino les devuelve su otra prenda gemela. Mientras tanto ahí están, sobreviviendo como pueden a la amenaza de convertirse en trapos para limpiar la cadena de la bici o cambiarle el aceite al coche del abuelo. 
Solo pequeños brotes de esperanza alteran su monótona existencia. Mas no, ese calcetín que se rescata del fondo de la canasta de la ropa no es el mismo. Se parece, pero tiene rayas y es más fino. Lástima, y, para más inri, cuando aparece el izquierdo ya no se recuerda dónde se guardó el derecho.
Solos, sin pareja, olvidados en cualquier cajón, marginados en el hueco del ropero o camuflados en ese montón de ropa que circula de rincón en rincón del cuarto de la plancha. Así pueden estar años, décadas. Esperando a su hermano de fábrica, suspirando porque algún día su dueño lleve prisa y se lo ponga por despiste. Pero eso, si alguna vez sucede, solo ocurre en las bodas, los bautizos y las comuniones.




jueves, 19 de septiembre de 2013

EL MOSQUITO: EL ÚNICO INSECTO QUE SABE LATÍN

Ya está bien de hablar siempre de los mosquitos en sentido despectivo. Envidia que nos dan e insidia que les tenemos. Esos bichos saben latín. ¡Anda que no¡ Se ríen en nuestra cara cada vez que quieren. Nos dedican un corte de manga por cada palmada al aire de la que salen airosos. Hacen que nos autolesionemos como tontos que apagan su enfado maltratándose a sí mismos. Los budistas creen que los mosquitos son la reencarnación de un alma porculera. Tiene sentido.
Nos alejan a su antojo de los brazos de Morfeo. Pueden llegar a ser nuestra peor pesadilla. ¿Inteligencia de mosquito?... quién la pillara. Continuamente nos provocan para que hagamos el ridículo. Un hombre a las tantas de la mañana subido en calzoncillos en una cama con una babucha en la mano desafiando en voz alta a un insecto de apenas unos centímetros... ¿no resulta patético?
Da igual cualquier estrategia para cazarlos, en el mano a mano perdemos por goleada. Juegan como nadie con la caraja del insomnio. Se esconden en las esquinas o debajo de la cama o en lo alto del crucifijo o cuadro de flores, según creencias. Cuando están hambrientos son capaces de esperar horas agazapados en el portón hasta que la incauta víctima vuelve a casa y le abre el camino, ajeno a la nochecita que le espera. ¿Quién es el sabio aquí, el homo sapiens o el culícidus? Cuántos millones para nada se habrá gastado la humanidad en mosquiteras o en la fórmula del Raid y ahí siguen, dando porsaco forever.
Imagen: rondadecafe.com
Mal que nos pese, nuestro comportamiento con los mosquitos pone en evidencia una más de las millones de contradicciones de la raza humana: Como el insecticidio aún no está tipificado en el Código Penal, somos capaces de ponernos en pie de guerra contra un pobre insecto con tal de no ceder ni una ridícula gota de nuestra sangre, pero al mismo tiempo somos incapaces de movilizarnos, de hacerles ni una sola picadura para que le escuezan, a los vampiros de los bancos, que esos sí que se han llevado toda nuestra sangre con unos intereses que estaremos pagando la vida entera con sudor y lágrimas.



viernes, 16 de agosto de 2013

LOS JORNALEROS DEL REFRESCO


Sin ellos la playa no sería lo mismo. Sin su "Llevo la papa" o su "Cola Cola sin alcohol". Los vendedores veraniegos se han ganado el respeto y la admiración de los bañistas más comodones, los que además de pagar les dan un abrazo porque les ahorran un paseo sin chanclas hasta el chiringuito a 40º en pleno mes de agosto. 
Siempre están en el sitio exacto, a menos de 25 metros de la sed. No es extraño, en el tiempo de encontrar el sitio bueno, montar la sombrilla, colocar la toalla y protegerse con la crema, ellos ya han pasado por delante nuestra una docena de veces. Y eso que no van en boggies como los municipales, ni en zodiac marcando tableta como los chocorristas. Van tirando de un carrito de diseño casero con ruedas chungas de escuter 4x4 acopladas. Como en Madmax, el ingenio, la ergonomía y la mecánica al servicio de la supervivencia. Qué mérito tiene hacerse todos los días del verano un Dakar por la orilla a pelo, desafiando a la física con esas montañas de neveras, vestidos de blanco, -a menudo muy poluto-, y con una emblemática mariconera que, afortunadamente, va aumentado de peso a medida que aprieta la calor. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

LOS INGENIEROS DE PLAYA

Muro playero construido en domingo de agosto con marea llena  al más puro estilo de  la arquitectura  faraónica egipcia

Ahora que está de moda eso de los récords absurdos y los top ten de cualquier chuminada, si existiera un ranking sobre actividades inútiles que se hacen en la playa para matar el tiempo, sin duda, el número uno lo ocuparía la absurda afición de algunos hombres lego (los que sacaban en la EGB un siete en pretecnología) de levantar un muro de arena  para parar el agua cuando sube la marea. 
La peonada que se hecha es de campeonato. Horas y horas dándole al cubo y la pala. Sin respiro, cual batidora en posición gazpacho, agachados con media hucha peluda al aire para tormento de los vecinos, peleándose con todos los peques de alrededor para que no pisen la montañita, marcando el territorio con esas chanclas de deo con pinta de jubilarse en breve que dan tan mala impresión y peor imagen al litoral español...
 ¿Tiene algún sentido acabar perdido de arena hasta los cataplines con tal de mantenerse firme en ese estéril desafío con la mar y no ceder espacio alguno a la crecida de las aguas? ¿No será mejor reconocer el error, admitir que se ha calculado mal la pleamar y recular con los bártulos diez metros más hacia arriba?
Para algunos bañistas tozudos, inasequibles al desaliento del ridículo, sigue mereciendo la pena perder la misma batalla año tras año. Les da igual quedar ante la comunidad veraneante como un pardillo cuando una ola inesperada en un certero golpe de realidad arrasa con todo: murito, toalla, merienda, la bolsa con la cartera y el móvil... 
Allá cada uno con sus hobbies, pero que sepan estos ingenieros chusqueros que lo de Moisés estuvo bien en sus tiempos, pero será difícil que se repita. Ya le ganamos demasiado terreno al mar, mejor darle un respiro, aunque sea respetando su espacio en una calita cualquiera.

domingo, 4 de agosto de 2013

EL BOCATA SOBRERO

Fin de semana muy temprano en agosto. Legañas en los ojos. Panadería recién abierta. "Sí, tengo los diez céntimos sueltos. Aquí tienes. Condió". Se activa la operación dominguero. En casa huele a tortilla de papas o a filete empanao, según menú elegido. Los más modernos se atreven con una ensalada de pasta, pero pa qué dieta si al final se traga uno todo lo que le ofrecen. Todo controlado, menos la misma duda de siempre a la hora de pertrechar la mochila: ¿Cuántos bocatas echamos? 
La ciencia aún no ha podido responder esta pregunta. Da igual la cifra; impepinable, llegará uno de vuelta. El bocadillo sobrero sobrevive siempre el hambre playera, y mira que se devoran alimentos. Ya se sabe, el sol, la playa, la cervecita, el tinto, los bañitos, el calor, trasiego de tapers... hambre a destajo y si no hay se inventa, que es un día muy duro y se come siempre en postura inverosímil.
Recogemos, la basura al contenedor (necesitamos uno entero para toda la caterva). Los aperos al hombro. Pesan como un muerto. ¿Es necesario llevar y traer todo esto? Otra duda existencial. El niño rebozado en arena después de enjugarlo, el coche perdío, mojao y oliendo a marisma. Caravana y vuelta a casa. Se abren las bolsas para hacer inventario y ahí está bien escondío, se volvió a colar. No se sabe si porque se guardó en la bolsa equivocada o porque alguien lo quiso y le dio corte pedirlo, pero el bocata sobrero llega a casa intacto, como un pincel, aunque más recalentao que cuando salió y con el pan en textura chicle, claro. Junto con las llaves del coche, lo único que regresa sin un solo mordisco.
El problema llega después, porque nadie sabe qué hacer con él. Unos le sacan el pan y se cenan el embutido por la noche con picos y otros, los más hipócritas, lo meten en el frigorífico para "más adelante", como si no supieran que el pan envuelto en papel de aluminio al frío se pone pétreo casi al instante. En ese caso solo es cuestión de horas que ese stock de emparedado rehusado se quede cogiendo solera en el rincón más oscuro de la fresquera días y días, hasta que algún valiente se decide a tirarlo la basura. Aunque no siempre ocurre ese triste final. Si en casa vive la abuela, se lo acaba comiendo ella, sin rechistar, jugándose el tipo y su detadura postiza. "Aquí no se tira nada, que hay mucha hambre en el mundo, dice con la boca llena". 
Domingo, playa, bocadillo sobrero que retorna a casa por verano... Es esa sensación de haber vivido esto antes o tal vez de haberlo visto en el programa ese de Callejeros alguna de estas noches con un ojo abierto y otro cerrado.

viernes, 19 de julio de 2013

LAS SIESTAS DEL TOUR DE FRANCIA

Esta imagen, entre ronquidos, es una de las más repetidas en la sobremesa veraniega de muchos hogares españoles
La siesta del Tour de Francia se ha convertido con los años en el clásico por antonomasia de la sobremesa veraniega de los hogares españoles. Unos lo ven porque les gusta las bicis, otros por las azafatas y por los sugerentes culotes que llevan los apuestos ciclistas y una gran parte por los paisajes y las vistas aéreas, pero todos, absolutamente todos, acaban sucumbiendo en brazos de Morfeo tarde o temprano en algún momento de la retransmisión. 
Vacaciones, playa mañanera, calor sofocante y gran comilona mezcladas en digestión con relajantes imágenes del tipo documentales de la 2 y Perico Delgado contando batallitas. No hay organismo humano que pueda resistir esa explosiva combinación de somníferos sin cerrar los ojos como bebé de pañales después de tomarse un biberón y echar su flatito.
Sabedor de su inevitable destino final, el espectador también pone de su parte para ponerse en situación y abandonarse a su suerte. Fuera camiseta, aire encendido, chanclas arrinconadas, botón de la bermuda quitado y postura cómoda en situación mimética con el sofá. Ahora sí que el ambiente es el más propicio para dormir a pata suelta. Solo falta una etapa llana de 200 km. para rodadores con previsible llegada al sprint para que la cabezada sea de campeonato. 
Los más duros de pelar aguantan hasta el cartel de 40 km meta, pero acaban sucumbiendo hipnotizados por el relajante movimiento en acordeón de la serpiente multiculor y esos primeros planos de los tubulares de las ruedas girando, girando y girando...
La mente sin embargo se queda en estado catatónico y, entre tímidos ronquidos, sigue escuchando lo que pasa allí en la carretera. ¿Quién ganó hoy?, pregunta algún incauto que interrumpe el sueño justo cuando los corredores acaban de pasar la meta.
"Un extranjero de nombre impronunciable (Ardullaparó, Chipolini o Cavendich), pero no te preocupes que Indurain sigue líder y eso que Quiapuchi otra vez se escapó". 
Ya lo dice o lo dirá de aquí a poco la Organización Mundial de la Salud: el Tour y la siesta son el complemento perfecto para la dieta mediterránea veraniega.

sábado, 6 de julio de 2013

LA ESPAÑA DEL PRORRATEO

España se ha convertido en un país de tiesos de quiero y no puedo, de cinturones apretados y de sudores fríos cuando se paga la cuenta del super, y la del IBI, y la de la hipoteca y la de esos otros navajazos disfrazados de impuestos que poco a poco se van comiendo nuestros ahorros y tensan aún más la cuerda de la supervivencia digna. Se bajan los sueldos y afortunados los damnificados porque tienen empleo. 
Hay que redimirse de los excesos. Durante muchos años, millones de españoles hemos gastado por encima de nuestras posibilidades. Las pagas prorrateadas de mileuristas, las horas extras no remuneradas de jornadas laborales interminables, las hipotecas sin techo pero con suelo, la energía a coste de saldo, el IVA y la burbuja de precios del euro nos dieron demasiado margen para convertirnos en derrochadores. 
Sobraba el dinero por todas partes y se nos fue la cabeza. Ahora que no hay empleo y se ven menos nóminas que linces, los prorrateados, los que vivíamos tan bien  porque dábamos gracias al cielo por tener un trabajo, aunque jamás conocimos paga extra, nos hemos visto obligados para llegar sí o sí a fin de mes a vender nuestro coche de lujo, el chalé en la costa, el ático en el centro y el barquito de 12 metros.  En fin, fue bonito mientras duró, al menos para los que lo tuvieron. Los españoles prorrateados, -me temo que la inmensa mayoría-, los que en la bonanza económica llegaban al día 30 por los pelos y un poco más (y ahora si llegan es casi un milagro) sin embargo siguen sin entender nada. ¿Qué hicimos nosotros para merecer esto? 




viernes, 28 de junio de 2013

A LA PLAYA, QUE TODAVÍA ES GRATIS


Ha llegado el verano y la crisis sigue pegada a la cartera como una lapa. La playa se ha convertido en la única tabla de salvación vacacional de los millones de españoles que han tenido que volver a tirar de arroz, garbanzos y macarrones para llegar a fin de mes. 
Siempre llena con el cartel de "no va más toallas". A quién le importa la calor y la arena pegajosa, el coñazo de cargar con los aperos del buen dominguero, el insortable olor a aliño de la ensalada del vecino, estar sentado a media cuarta de los pies de otro, las caravanas kilométricas o esos modelitos de baño pa denunciarlos a la Fiscalía por corrupción del buen gusto. 
Todo se aguanta. Y entonces, ¿por qué somos tan playeros? Por una simple cuestión genética. Estamos en España, el país del "me llevo este boli porque lo regalan, aunque en realidad ni pinta ni me hace falta". La playa gusta básicamente porque es gratis. No hay que pagar por usarla. Todavía, y a Dios gracias, a nadie de los de arriba se le ha ocurrido cobrar la entrada, ni se han inventado ninguna tasa de sostenibilidad litoral grabando el exceso de baño o de sol para los que se pongan morenos. 
El día que lo hagan, -si se cobra un euro por receta podría también cobrarse un euro por sombrilla-, la playa perderá su encanto y habrá que buscarse otro sitio donde campar libremente a nuestras anchas sin tener que rascarse el bolsillo ni rendir cuentas al fisco. 

miércoles, 12 de junio de 2013

LOS RECOGEPELOTAS DEL TENIS

Ni los ocho Roland Garros de Rafa Nadal ni las horas y horas de televisión contemplado su epopeya han servido para mover conciencias. Es hora ya de una vez por todas de romper una lanza en favor de los recogepelotas, los auténticos jornaleros del tenis. Estas criaturas sí que se merecen levantar una ensaladera, aunque sea de papas aliñás, porque se lo currán más que un becario japonés. Nobles, diligentes, educados y eficientes como ellos solos, aguantan sin despeinarse y con disciplina espartana las mil y una órdenes y tareas que desempeñan a velocidad supersónica durante un partido. 
Cuando la bola está en juego, tiesos y quietos ahí como una máquina de tabaco. Si la pelota se va al carajo, a por ella en 0,3. Cuando la tienen, raudos al rincón, pose hierática brazo en alto para que el jugador elija la buena y le tire la sobrera con desdén y sin mirar hacia dónde. 
Con el tenis moderno las obligaciones del recogepelotas se han multiplicado exponencialmente. Lo que antes era para ellos un respiro, -el cambio de campo-, ahora es un momento infernal, casi tan insufrible como la cola del paro en hora punta.  
En ese interminable minuto y medio, el tenista sufre una extraña metamorfosis y se transforma en consentido cliente de resort de 5 estrellas pero con peluco caro en vez de pulserita chillona. Comienza entonces el rosario de exigencias para tormento del recogepelotas: Que si el botellín de agua fría, el del Isostar rosa, la toalla, ponme el hielo por el cuello que no veas la que está cayendo en Melbourne, el plástico de la raqueta nueva, pélame el platanito, inclina más la sombrilla, tira esto a la papelera, dile al juez de silla de mi parte que me cago en sus muelas porque "la bola entró"... El día que estas criaturas se cansen, funden un sindicato y exijan un convenio colectivo, veríamos a ver qué pasa con los Grand Sland, los Master 1000 y la Copa Davis. Y luego dicen que el tenis ya no es un deporte de señoritos. Pues a veces lo parece.

viernes, 24 de mayo de 2013

EL HOMBRE, EL MEJOR AMIGO DEL PERRO


Es mentira que el perro sea el mejor amigo del hombre. Ahora es más exacto decir que el hombre es el mejor amigo del perro. En pleno siglo XXI en demasiadas familias más parece que el dueño sea el can y la mascota el humano. Los papeles se han invertido de tal forma que da miedo pensar que en un futuro próximo la tierra podría convertirse en la versión canina del Planeta de los Simios. 
Se ha perdido tanto la perspectiva que aceptamos como normales situaciones que rallan la ridiculez. No basta con que perfumen la casa con su olor corporal y la inunden de pelos,  marquen la ruta del paseo diario, destrocen muebles a mordiscos, ahuyenten a  las visitas, se acuesten en nuestra cama o se cepillen los cojines con total impunidad delante de los peques y se queden tan Panchos, como el de la Primitiva:  "Animalito, el instinto"
Los perros acaban controlando los sentimientos de sus "amos". Solo necesitan poner carita tierna o levantar una pezuña para ganarse el enésimo comodín de la impunidad.
Ya quisieran algunos críos que sus padres fueran tan indolentes, atentos y cariñosos con ellos como lo son con el Kenny, el Yaki o la Nora. A los que salen a la calle a las tantas para sacar a la mascota y se llevan su bolsita para limpiar la mierdecilla habría que preguntarles cuántas veces se levantaron de madrugada para hacer un biberón o si alguna vez cambiaron un pañal con la caquita aún calentita de su bebé. Estremece comprobar con qué buen ánimo recogen las heces caninas algunos amos -si el "regalito" fuera humano, se les revolvería el estómago, seguro-.
Y encima agradecidos porque la limpian. Mejor ni hablar de cómo está la vía pública por culpa de los que miran para otro lado cuando su mascota riega un esquina para marcar su territorio o deja una buena mortelá en medio de la cera. Si una persona hace eso mismo en la calle, multazo gordo, con toda la razón. Entonces, ¿por qué se hace la vista gorda con los perros?
No estaría mal poner un  poco de cordura en este mundo al revés. Hombre y can en armonía, pero cada uno en su sitio. Los perros gustan, pero educados y razonablemente domesticados. A los animales, quererlos y respetarlos, pero de ahí a atribuirles facultades humanas va un abismo. A veces la adoración extrema y los excesivos cuidados pueden ser también una falta de respeto para ellos.

domingo, 28 de abril de 2013

TODO A LO GRANDE, PARA NO SER MENOS

Aunque fastidie reconocerlo, nada mejor que una crisis por derecho para acabar con ese ataque colectivo de histeria consumista que arrasaba con todo. En esta espiral del derroche, resultaba -y aún resulta- especialmente sangrante el capítulo de gastos dedicados a parabienes infantiles. Rousseau ya lo advirtió: "el mundo comenzó a desfasar cuando alguien dijo ´esto es mío´. Un día alguien fue el primero en parcelar su propia tierra. Poco después todos comenzaron a imitarle. ¿Por qué lo hicieron? La respuesta es: simplemente para no ser menos. Siglos después, ese "para no ser menos" intimida de tal forma en esta estúpida comunidad global que la gente es capaz de embarcarse en cualquier despilfarro con tal de no "decepcionar" al colectivo que impone y asume esa "costumbre", por muy absurda, extravagante o inasequible que pueda ser. De nada sirve que en petit comité todos reconozcan que las cosas se nos van de las manos. Lo importante es que, en este caso concreto, la criatura no se sienta inferior al resto siendo el protagonista de un evento de perfil bajo. Menudo error más nocivo para el bolsillo y, sobre todo, para la educación de los hijos, confundir sensatez con tacañería; filosofía propia; con insurrección antisocial.
Ahora que llega mayo, las Primeras Comuniones constituyen ejemplo de manual de esa obsesión por el dispendio desmesurado que nos invade. Queremos lo mejor para los pequeños. Y por eso,  ese día tan especial merece unos fastos faraónicos que estén a la altura. Vestuario, convite, agasajos... ¿acaso se casa la criatura? Al final del día, un reguero de bolsas de regalo desechas y el niño o la niña contentos haciendo inventario vestido de marinerito o de princesa infanta. Objetivo cumplido. A la mierda todo lo demás, incluidos los valores y las creencias. 
Este año quizá esta imagen no se repita tanto. Cuando no hay al menos se aprende a priorizar. Un traje mono y asequible y una fiesta-merienda casera con estrecheces, risas y carreras también tiene su encanto. ¿Estamos tontos o es que no sabemos que de siempre los niños se adaptan a todo, como nosotros? El bolígrafo blanco, el libro de firmas de recuerdo y ese vilipendiado diario de aspecto inmaculado recobrarán protagonismo. No hay problema, que algún regalo bueno siempre cae. Y Eurodisney aparcado, cogiendo moho para cuando vengan tiempos mejores, que con un buen Superhumor de Mortaleo y Filemón los pequeños se van a ir apañando de sobra.

domingo, 21 de abril de 2013

LOS ATLETAS DE PRIMAVERA

Como las moscas cojoneras, aparecen solo con el buen tiempo. Ha llegado la primavera y con ella adornan el paisaje callejero los atletas ocasionales, deportistas fijos discontinuos con muy malas hechuras o incluso a veces hechuras de contrahechos. A diferencia del deportista indefinido de toda la vida, a esta clase de atleta de quita y pon, que avanza por el asfalto con paso inquietante y muy mala cara, no les mueve su espíritu olímpico ni los hábitos de vida saludable. Su leitmotive es la venidera temporada de playas y su afán  por lucir palmito con el bañador nuevo a pie de barra del chiringuito.
La mayoría son devotos del Decatlón, un lugar de culto y peregrinación obligada como La Meca para los que buscan en el consumismo de prendas deportivas (qué daño ha hecho la crisis de los 40) una motivación que les impulse a retomar la actividad física de aquellos años de mocedad perdidos.  Una vez con la cesta llena, camino hacia a la caja, la música de Rocky Balboa empieza a sonar en la mente. Es la señal. Suena el pistoletazo de salida.
Al día siguiente, media hora después de empezar a vestirse, porque aún no se le ha  cogido el truco al brazalete del Mp4, se inicia el desafío. No es fácil arrancar, y menos después de ver a alguien ponerte el culo en pompa a medio metro en el calentamiento y sobre todo cuando un atleta 20 años mayor y con un  estilo lamentable, les adelanta como un rayo en los primeros 100 metros de carrera. Mejor centrarse en uno mismo y distraer el cansancio. Ayuda mucho el Isostar y más aún fijarse en los distintos modelitos y distraer la mente de la falta de oxígeno.
Existen un sinfín de arquetipos en esta kilométrica pasarela del deporte ocasional. El pijo que va todo de marca para correr solo diez minutos y marcharse después al cóctel; el que no se entera que con 120 kilos esas mallas con un peo serán explosión segura; el alma gemela de gustos y de cartera que lleva la misma ropa del Decatlón y hay que hacerse el tonto cuando se cruza; el popular que nos despega las pegatinas con esa camiseta florescente de la última carrera; aquel señor mayor vestido con una indumentaria de Cuéntame (Camiseta Moscú 80); la pareja de guapos cachas de culo respingón; el osito peludo que se empeña en llevar tirantes a pecho descubierto; la gachí buenorra que va con sus perros; el que tira de fondo de armario sin complejos y corre vestido igual que si fuera a pintar su casa, incluidos esos horribles calcetines, y el futbolista frustrado que combina una camiseta del Cádiz con unas calzonas de la Roma y unas medias del Manchester y se queda tan pancho. 
Lo peor de todo es que después de soportar esas horribles agujetas fruto de varios cientos de segundos de esfuerzo, de cuatro o cinco abdominales y de media docena de flexiones pocos son los que consiguen librarse de esa barriga cervecera tan molesta solo en verano. Y los que lo logran, lo echan todo a perder con la primera barbacoa veraniega. Tanto esfuerzo para tirarlo después por la borda con unas chuletitas o una costillas bien de tocinito. ¿Merece la pena toda esta parafernalia para condenarse poco después con una ristra de chorizos al infierno? La respuesta es sí, pero solo un par de meses al año.

martes, 9 de abril de 2013

EL RETORNO DE LAS PAPAS FRITAS CON HUEVO

Nuestros abuelos no conocían los burgers, ni las pizzas ni la comida rápida. En la posguerra, lo más parecido a la fila del McDonald era la cola del racionamiento. Con nuestros padres la cosa mejoró. Se llegaba a fin de mes a base de esfuerzo, austeridad y de echar más horas que el reloj en el trabajo. Entonces beber Coca Cola o Mirinda era casi un lujo. Un litro de Casera para toda la familia y solo los domingos. El resto de días, agua para los niños, vino de garrafa para los padres y a juír. No había elegantes centros de mesa ni servilletas de papel de diseño. El centro de la mesa estaba reservado para esa gran cazuela que olía a gloria bendita. A su alrededor, la familia comía todos a una cada uno con su servilleta de tela.
Luego entramos en la UE (CEE entonces), nos hicimos más fuertes con la OTAN y más ricos con el leuro. Creíamos que teníamos 166 cuando solo teníamos 100. El resto era opulencia inflada, como las palomitas. Y nos sentíamos gente de taco. Y llegó la prosperidad, la modernización,  la occidentalización y la globalización. Sin embargo, nuestros estómagos salieron perdiendo con la buena nueva. Los frigoríficos empezaron a poblarse de congelados, comida preparada, ketchup, mostaza y salsa barbacoa. En  las despensas las cookies jubilaron a las marías. Los bocadillos de chorizo sucumbieron ante los bollicaos y la manteca colorá dejó paso a los cereales de aquel gallo con cara de carpeto. Daba igual. Lo importante era ser del club del G20. Por fin, desde que se perdió Cuba, pintábamos algo en el mundo. Un nuevo estatus que sin embargo acabó con aquella pausa casera de sentarse media hora tranquilos a dar buena cuenta de un plato de comida como Dios manda. 
Hete aquí que llegó la recesión, un guantazo en la cara con la mano abierta que puso las cosas en su sitio, a millones de trabajadores en la calle y a las cuentas corrientes de los más listos a buen recaudo en los paraísos fiscales. 
Pero al menos algo bueno hemos sacado de todo este mamoneo financiero que huele a gran timo de especuladores. Ahora, otra vez, de nuevo se ponen los pies en el suelo y se mira más por el dinero. Gastar en pamplinas vuelve a ser patrimonio de los ricos de toda la vida. Perdemos tiempo, -por desgracia porque a muchos nos sobra-, en hacer cosas que antes las comprábamos hechas. La moda vintage también ha llegado a la cocina; obligada por las circunstancias, pero ahí está. Nos ha llevado a recuperar una de las señas de identidad de la España de los 80: vuelven las papas fritas con huevo. Ni la movida madrileña, ni el tecno, ni las calzonas paqueteras de Maradona, ni las tetas de Sabrina, España en los ochenta era un gran plato de papas fritas con huevo, y a partir de ahí y un buen chusco de pan gravitaba lo demás. 
Con él crecimos, aprendimos a mojar sopones en la yema y descubrimos por qué el aceite de oliva es oro líquido. 
Lo teníamos ahí y no lo supimos ver. Hasta hace nada se comía casi por esnobismo, y aún reconociendo entonces que pocas cosas lo igualan, lo manteníamos en el ostracismo culinario más injusto, marginado solo a momentos de gran desavío. Ahora, años más tarde, la crisis nos hizo recobrar la cordura. Lo hemos rescatado del olvido, junto a sus hermanos mayores, los pucheros y los potages. A un precio al alcance de todos, con infinitas variantes y el sabor de los mejores años de nuestra vida. ¿Se puede comer algo mejor? Quizá sí, pero nada nos sabrá igual.


sábado, 30 de marzo de 2013

LA PASIÓN DE CRISTO SEGÚN SAN ANDROID


El papel de los itinerarios y el abanico están evolucionando hacia nuevos usos
Ni Internet ni las nuevas tecnologías puede con la esencia de la Semana Santa. Y eso que poco a poco se están perdiendo algunas señas de identidad otrora inquebrantables. Ya no hace falta mirar al cielo para ver si dan agua. Los cofrades lo consultan con las webs meteorológicas. Los itinerarios de papel están mal vistos. Ahora se puede salir a ver pasos a pecho descubierto sin planes ni rutas, solo se necesita un buen móvil con la aplicación adecuada. En unos segundos y con un simple toque al teclado se puede saber absolutamente todo sobre cualquier Hermandad, incluido el color de  gallumbos que lleva el Hermando Mayor bajo la túnica.
La sobrecarga de información en la sociedad de la información está servida. Se acabó el misterio de saber por dónde va el Misterio. La tecnología gps permite conocer en tiempo real la latitud y la longitud de la procesión con una exactitud milimétrica. Como si en vez de la pasión del Señor estuviéramos presenciando el aterrizaje en Marte del Apollo XXIII... Da miedo pensar que en unas décadas todo el cortejo pueda estar programado y dirigido por control remoto desde Cabo Cañaveral...
Pocos se fijan ahora en los detalles del bordado del manto que estrena la Virgen; en si el paso lo llevan cargadores o costaleros o si el palio va duro o mal tallao, y ni mucho menos en la estremecedora expresión del Crucificado recién restaurado que sale por vez primera a la calle. ¿Para qué? Todo eso se puede encontrar luego colgado en la Red en cualquier portal. El cofrade tecnológico ve pasar de reojo todo el espectáculo de la pasión de Cristo prestando más atención a su pantalla táctil que a todo lo que sucede a su alrededor. Es más importante sacar una buena foto o un buen vídeo para compartir luego en la red social que dejarlo todo y poner los cinco sentidos en esa escena tan sobrecogedora.
Pero a pesar de ese cúmulo de modernas tendencias, los más tradicionales siguen respirando tranquilos. Ni siquiera Internet, ni Android, ni la manzana mordía han podido alterar la originaria definición antropológica de la Semana Santa. Jamás podrán evitar ese pisotón del peatón desconocido que te ataca el juanete sin piedad agobiado por la prisa por llegar a ninguna parte. No pueden cortar el paso a ese grupo de adolescentes de acné floreciente que se cruza delante del Señor en el momento de la levantá.
No quitarán de en medio a ese armario empotrado que se  cuela delante y  estropea esa foto para marco. No harán callar a esa señora de la sillita de playa que protesta porque lleva dos horas esperando ahí sentada y le quitan la primera fila en un descuido. No calmarán esos ataques de tos descontrolada por culpa del monaguillo del incienso. Ni aliviarán el dolor de espalda de una tarde entera de tener a una criatura subida sobre los hombros y mucho menos, serán capaces de prever la rabieta del niño que pide un pirulí a moco tendido y luego llora porque se le ha caído y encima se acaba manchando de caramelo la rebeca nueva. Y no conseguirán jamás alterar el orden normal de esas recogidas silenciosas de madrugada donde el crujir de las pipas rompe ese momento mágico de silencio espiritual...
Esas escenas repetibles y repetidas perdurarán por siempre, ¿o no? Las llevamos en nuestro disco duro. No ha nacido aún quien consiga formatearlas y reprogramarlas. Somos como somos y así seguiremos, viviendo esos días de presunto recogimiento que nuestro acervo ha ido construyendo durante siglos dándole galones de tradición a anécdotas y costumbres que se perpetran sin solución de continuidad año tras año. Ese chip tan imperfectamente humano se lleva en los genes y hasta ahora no se ha fabricado hardware ni sofware alguno que pueda explicarlo y, ni mucho menos, reproducirlo en alta definición HD.



miércoles, 20 de marzo de 2013

LA MUERTE LENTA Y SILENCIOSA DE LA CESTA DE MIMBRE


Traen la alegría a los baños y las terrazas lavadero con esa estética rural y ese color a naturaleza viva con aroma de aquellos campos de Castilla. Imposible saber cuántos calzones y braguitas bien currados han cobijado en lugar discreto mientras se abría el próximo turno de lavadora. La cesta de mimbre se apaga poco a poco, en silencio, como la inexorable cuenta atrás de un contrato temporal que llega a su fin en 15 días sin que la empresa tenga interés alguno por renovarlo. Es una muerte lenta y discreta, desapercibida. Después meses sumida en el más profundo ostracismo doméstico, un barrido ocasional nos golpea con la noticia. 
La escoba nos descubre la realidad escondida. Varias hebras sueltas e inertes yacen en el suelo junto a su cesta madre. Es la prueba irrefutable de que algo va mal. Se descuajaringa sin remedio. Se ha puesto en marcha el cronómetro de su final en una lastimosa agonía con fecha de caducidad. A medida que pasan los días nuevas hebras van cayendo y van dejando al descubierto la dañada estructura cada vez más convexa de nuestro mobiliario de los 20 duros, que pierde masa y forma por momentos. Tratamos sin éxito de recomponerla. Cualquier intento es estéril. No hay rama alguna de la FP que enseñe la artesanía cestera, eso no se aprende en la era global. 
Ahora sí que se echa de menos esos reportajes regionales del NODO sobre menesteres que se van perdiendo. Y como pasa en la vida, solo apreciamos las cosas un instante, el minuto que dura el camino desde casa hacia el punto limpio, donde le decimos adiós para siempre. Se nos fue, aunque la pena es pasajera. Tarde o temprano llegará otra más joven y robusta que tomará su lugar. La ingratitud consumista disimula el olvido.

sábado, 9 de marzo de 2013

BUSCO TRABAJO, PERO NO SOY TONTO

El acoso prolaboral es un incipiente fenómeno social que ha surgido en España al albur del crecimiento exponencial de las listas de empleo y la llegada de las nuevas tecnologías a la vida cotidiana. Cerca de seis millones de desempleados sufren en sus propias carnes el marketing agresivo de empresas on line que se dedican a fustigarles con sus ofertas laborales prometiendo la salida del túnel a quienes tienen la desgracia de ser carne de INEM.
El anzuelo se vende en forma de interesante oferta de empleo. El incauto parado se decide a solicitar información. Es entonces cuando se abre un interminable proceso en bucle, que acaba con la paciencia del más bendito y cuyos resultados son tan cuestionables como inexistentes. Una vez mordida la carnada, primero obligan a registrase en el sitio, luego  invitan a rellenar un exhaustivo cuestionario con toda la experiencia profesional y los datos personales (ahí estás perdido) incluidos. 
Después de media hora larga tecleando completando la ficha laboral, el joputa programa te da la opción de adjuntar un currículum. ¿Y entonces, para qué tantas preguntas? La desesperación y las ganas de salir del boquete obligan al interesado a tirar palante y a  aceptar las leoninas condiciones de uso sin plantearse si quiera que  al facilitar el correo o, peor aún, el móvil, se abre la caja de los truenos y se da rienda suelta a la vez a un auténtico bombardeo de promociones comparable a la campaña más febril de cualquier operador telefónico. 
A partir de ese momento la bandeja de entrada se inunda de  ofertas, curiosamente casi nunca laborales.  La mayoría de las veces se trata de "interesantes" y  estrambóticos cursos diseñados para abrir de par en par las puertas del trabajo deseado. ¿Pero si estoy tieso, cómo me voy a gastar un duro en formación? Las propuestas de empleo suelen ser cíclicas, esto es, cada par de meses ofrecen la misma (el reclamo del cliente misterioso en Cuenca es todo un clásico). Además, casi siempre están desfasadas o al pinchar en el enlace salta el epígrafe "not found". 
Después de varias llamadas telefónicas ofreciéndonos el curso de la profesión con más futuro y el correo lleno de spams, caemos en la cuenta. Nos han despelotado por dentro. Se han quedado con la intimidad de nuestros datos personales, un negocio muy rentable, para ellos claro está. Estos listos no timan dinero, timan dignidad.

viernes, 22 de febrero de 2013

LA INVASIÓN DE LOS TAPER

Los devastadores efectos de  la progresiva colonización de la despensa de esta especie invasora
 se ponen más que de manifiesto en esta instantánea cedida gentilmente por un damnificado

Entran en casa directos al frigorífico, embalados  en una bolsa usada del super bien sellada, generalmente con un nudo versión casera del haz de guía. Es esencial que no se salga la salsa. Cualquier fuga resultaría  letal para la tapicería del coche, y, lo más traumático, podría echar por tierra la ilusión del mejor momento del día siguiente. Los taper prestados siempre son bien recibidos. No en vano, vienen cargados  con una ración generosa de los guisos de la abuela, la madre, la suegra... esa bendita familia que no necesita ninguna estrella Michelín para que todo el mundo sepa que lo bordan en los fogones. A menudo resultan un cable que no tiene precio, especialmente los fines de semana de mañana resacosa, sobre todo para los que lo único que saben de cocina es apretar el botón del microondas.
Pero una vez cumplida su función, la cosa cambia radicalmente. El aclamado taper emprestao se convierte en un estorbo que siempre se olvida de devolver. Poco a poco va haciéndose fuerte en la estantería y se multiplica en número a razón de dos pucheros semanales. Cuando eso sucede, ese inofensivo utensilio inanimado se ha transformado ya en una especie invasora del ecosistema culinario, que se confunde y extravía a los tapers autóctonos. En un proceso no por lento menos dañino van copando cada vez más espacio otrora destinado a las tazas, el aceite o el azucarero. Primero la balda de abajo del mueble, luego el techo del microondas, después el frutero y, si no se pone freno a tiempo, se convierte en una auténtica plaga que coloniza con su estética dudosa los rincones anónimos de la casa, llegando incluso a provocar peligrosos aludes de cacharros que van directos a la cabeza de la víctima.
La invasión silenciosa de los tupperware es una pandemia a pequeña escala de difícil solución. El único antídoto conocido es el fregado en el lavavajillas, lento pero eficaz. Las pastillas y la cal los van deteriorando poco a poco hasta que los convierte en inservibles, bien porque se rajan, bien porque no cierra su tapadera y entonces, y solo entonces, sí que ya no hay excusas ni remordimientos para tirarlos de una vez por todas a la basura, en el contenedor amarillo, claro está. 

sábado, 16 de febrero de 2013

LA CICLOSTATIC, LA PERCHA MÁS DEPORTIVA


La ciclostatic es al ejercicio lo que una promesa electoral a un político: efímera, difusa, casi siempre incumplida y olvidada. La tozudez de los hechos, el infame dolor de huevos que produce se convierte en la primera de un océano de excusas para dejarla aparcada de por vida. Siempre hay algo más interesante que hacer, alguna obligación pendiente que surge justo a la misma hora programada para el pedaleo. El reluciente culote reforzado por la taleguilla del Decatlón se queda arrumbiado en el cajón con un solo lavado. Una lástima porque se veía que ahí había un tipito bueno por moldear. 
Al cabo de unas semanas, la ciclostatic se transforma en trastostatic, un armatoste desubicado imposible de colocar después a alguna amistad con la sana ambición de ponerse en forma. Con garaje el problema es menos serio. Pero en un piso de 70 metros, la cosa cambia. Además de que pesa como un muerto y no hay quien la mueva, se ponga donde se ponga siempre estorba. Y lo peor, se inicia una tormentosa relación amor-odio entre dueño y objeto, que a menudo termina con el cacharro colgado en E-Bay a un precio tirado por los suelos. Ni aún así nos libramos tan fácilmente de ella. 
Después de varios arrañazos en las espinillas y algún que otro golpe en la cabeza con el manillar de cuernos parece que a base de porrazos al fin se le encuentra una ubicación adecuada: el cuarto de la plancha. Allí está a salvo de las visitas con niños pequeños que acaban siempre subidos en ellas dando la lata. Resulta un alivio, al menos provisional, comprobar cómo en esta habitación por fin parece que el aparato encuentra utilidad y razón de estar, ahora transformado en una magnífica percha de diseño donde abrigos, toallas, camisas, batas y  muditas tienen su acomodo en esos días tontos en lo que no hay ganas de dejarlos bien colocados en el armario.





miércoles, 6 de febrero de 2013

EL RATÓN DE HIPERMERCADO: EL DESENLACE


Este auténtico paladín de la relación calidad-precio conoce a la perfección el entorno donde se mueve y, por descontado, a los fabricantes que están detrás de las marcas blancas (http://marcasblancas.wikispaces.com/).  Suele tener los oídos bien abiertos en la puerta de los colegios, los parques y los mercados, lo que le permite además mantenerse  al tanto de las nuevas promociones con asombrosa actualización en tiempo real. 
Una vez dentro del escenario de su compra, su instinto de cinturón apretado le lleva además a tener localizadas con precisión milimétrica cada una de las estanterías y productos por muy recónditos que pudieran parecer (el yogur Yoplait, la gelatina neutra o el coco rallado, por ejemplo). No miran nunca el reloj y no se van hasta que no ponen el último tachón con su boli Bic en su detallada lista impresa en papel cuadriculado. 
La palabra improvisación no cabe en su vocabulario. Su modus operandi, exhaustivo y riguroso, nada tiene que envidiar al de Tom Cruise en Misión Imposible. Ha desarrollado un sexto sentido para quedarse siempre en la cola que va más rápida y por su puesto, jamás pide bolsas. Trae las suyas y siempre las justas. Están medidas minuciosamente de manera que entren perfectamente en el maletero del coche dejando el hueco justo para el saco de patatas y la caja de leche.
Y una vez cumplido su objetivo, regresa a su cocina para aprovisionar la despensa, no sin antes examinar dígito a dígito el ticket de compra, algo que ya solo está al alcance de las señoras mayores con permanente. Entran en su vivienda siempre por el parking, a salvo de cualquier vecino indiscreto que pueda obtener cualquier información confidencial sobre su frigorífico, y desde allí con discreción organizan la maniobra de descarga. En cuestión de segundos, los bultos están bien colocados en la despensa y el ratón de hipermercado ya se ha puesto las babuchas de estar por casa, tranquilo, satisfecho por el ahorro conseguido, pero en guardia permanente esperando a que suene de nuevo la alarma de la alacena. 

EL RATÓN DE HIPERMERCADO: EL ORIGEN

Antes no era más que una rara avis, ahora, en la era del recorte, forma ya parte de la fauna habitual de nuestras compras. El ratón de hipermercado se ha convertido por mor de la crisis en una especie casi ya autóctona de los centros comerciales de alimentación. Su aspecto es quizá un poco desaliñado, a veces llevan chándal con zapatos y calcetines blancos-, pero tras esa fachada de estética vintage se esconde una auténtica computadora humana. Las apariencias engañan en este caso más que nunca, y aunque a la hora de decidirse por un producto y depositarlo en el carro pueden parecer lentos como koalas, su decisión final calla muchas bocas. Es el resultado de procesar cientos de miles de precios, toneladas de papeles de propaganda, decenas de ofertas,  descuentos y promociones hasta dar con la elección más económica. 
Lo que para muchos resulta una simple lectura de ascensor o incluso una forma de colapsar el buzón del vecino más antipático; para ellos los folletos del super resultan una herramienta imprescindible: está en juego la supervivencia hasta fin de mes. Las estrecheces de parado obligan a buscar, comparar con la competencia y, si se encuentra algo más barato, ¡tato a la cesta¡

martes, 29 de enero de 2013

ESPAÑA SE ARREGLA CON UNA BUENA BERZA



Ni mercados, ni recortes, ni reformas laborales. En su lugar,  falda de ternera, un trozo generoso de magro de cerdo y su tocino, un chorizo como Dios manda, una morcilla a prueba de olla, y, por su puesto, judías verdes y calabaza de la huerta y unos garbanzos tiernos de los de pedorretas de trombón en lo alto. 
Lo tenemos ahí desde siempre y poca gente ha caído en la cuenta. Sin tonterías ni paños calientes, una  berza con dos cojones. Esa es la receta para salir de la crisis. No se conoce en España un sistema más infalible de negociación-acción-reacción. Rajoy, Merkel, Rubalcaba, Soraya, Artur Mas, Rosa Díez, Cayo Lara, los sindicatos, los empresarios, los banqueros, los curritos que están pagando el pato... a la voz de "ya estás tardando" todos  compartiendo mesa y mantel a las órdenes de cualquiera de las miles de abuelas que lo bordan haciendo este guiso. Lo demás, la armonía y el clima de entendimiento van fluyendo poco a poco: cubiertos pasando de uno en uno para que los comensales se vayan sirviendo solidariamente las raciones, los señores presidentes  acercando sus narices al plato humeante del que van a dar buena cuenta, esos migajones de pan en guardia, para, una vez asentado el fondillo de caldo, aplastar con contundencia la pedazo de pringá of category,   compacta, sin fisuras, con todas sus calorías..
¿Hay alguien que pueda comerse eso y no ser después mejor persona, más compresiva, más dialogante,  más creativa, y por su puesto, más inteligente y mejor criada? En ese ambiente gastronómico resulta imposible no llegar a ningún acuerdo, no encontrar soluciones para ir empezando a sacar esto adelante. 
¿Por qué el estómago no puede hacer de Cicerone del cerebro? Por una vez señores dirigentes, hagan caso a la abuela, siéntense, coman, piensen, hablen, tírense un par de peos si hace falta para descongestionar, y luego, actúen y demuestren a todos que después de una buena berza, cambiar el mundo es posible.




miércoles, 23 de enero de 2013

EL PELO TRAICIONERO



El parado padece sin poder evitarlo un fuerte déficit de paciencia. Hasta la gloria bendita exaspera. Y, cuando se trata de hacer un trabajo de doma de las tareas domésticas, más; porque al desempleado se le cae la casa encima por principio. 
En la batalla silenciosa de las labores de hogar, el mayor enemigo, es, sin duda, el pelo traicionero de cuarto de baño. Ése que, aunque no tenga ni piernas ni brazos, se agarra a su feudo como náufrago a una tabla. Ése que ha hecho correr en vano ríos y ríos de champú anticaída por nuestra cabellera. 
Los hay lacios y esbeltos, -casi da gusto tocarlos de dóciles-; pequeños o cortos,       -los más escurridizos-, y rizados, aquellos de moral dudosa que aparecen siempre cuando llega una visita. Algunos son amables y van a la mano como oveja al redil, pero la mayoría son de naturaleza indomable. Al fin y al cabo no son más que la expresión hecha putada de la venganza del desterrado del cuerpo por causa injusta. Y aunque no tienen cerebro conocido, saben que ellos, solo uno de ellos a la vista, marca la diferencia entre dejadez y limpieza.
Se mueven como pez en el agua en su hábitat natural, escondidos en el grifo del lavabo, mimetizados en las juntas de los azulejos o pertrechados bajo la taza del inodoro. Llevan el camuflaje en los genes. Lo hacen desde que nacen siendo aún pelusas de cabellos hasta que se separan de la epidermis. 
Por eso, el ritual de su cacería precisa recurrir a tácticas bélicas napoleónicas de acoso y derribo al enemigo. Maniobra envolvente, acorralamiento y ataque frontal con bayeta o fregona escurrida. Aún así, a pesar del presunto éxito de la estrategia, si lo tiene,  nunca se puede lanzar las campanas al vuelo. Cuando todo parece estar impoluto y examinamos nuestra obra con la autocomplacencia del deber cumplido,  aparece alguno que nos la ha vuelto a jugar y sigue ahí; impasible, burlón. 
¡No estamos preparados para limpiar contra los elementos¡. La victoria sin embargo resulta tan efímera como un aprobado raspado en la prueba del algodón. En el fondo, nos sentimos presa del síndrome del castigo de Sísifo. Sabemos que volverán y que la guerra la tendremos siempre perdida porque el enemigo "lleva pelo".

martes, 15 de enero de 2013

LA CRISIS EN EL CARNAVAL DE CÁDIZ

Cierto es que estando en el dique seco laboral, el carnaval se saborea con un regusto amargo. Pero se vive, que no es poco. Sería demasiada penitencia hacer oídos sordos a una bocanada de aire fresco que ayuda a cargar las baterías y a despejar la mente a quienes pasan demasiado tiempo en su casa en pijama y en babuchas. Pena que solo tenga un contrato de fijo discontinuo durante  febrero y sus meses aledaños. En Cádiz, el carnaval es más que una fiesta, es la Fiesta; una forma de vida, y también el quejío de una ciudad  sin futuro a la vista donde el trabajo es una especie en peligro de extinción. 
Dicen que en la tacita de plata hay mucha calidad de vida, y puede que así sea. Puede también que por eso la crisis lleve aquí instalada demasiado tiempo. La culpa, de los que mandan, y, por qué no decirlo, de quienes nos dejamos mandar y acabamos resignados o conformados a una suerte que echan otros. Al menos, los gaditanos callados no se quedan. Hablan por ellos las letras de las agrupaciones con críticas mordaces, demoledoras, sobradas de lo que le falta a los de los despachos y las fotos en las cumbres: la perspectiva que da el estar en el pellejo del problema. Lástima que el humor haga que el sonrojo para los que manden se torne en risas casi al instante y al final todo quede en Carnaval, en un estúpido velo que corremos rápidamente. 
Ahora, dos maneras diferentes de ver la crisis en  dos agrupaciones sobresalientes. El primer video, de los dos de Onda Cádiz, corresponde a un pasodoble de la comparsa de Joaquín Quiñones Los peleles del XXI. Verdades como puños bien cantadas y mejor afinadas.



La segunda es humor y guasa gaditana en estado puro. Su nombre, irónicamente, lo dice todo: Las verdades del banquero, la chirigota de José Luis García Cossío; "Selu" en Cádiz. 



domingo, 13 de enero de 2013

EL TIEMPO RALENTIZADO

Para un parado todo sucede más despacio. La vida va más lenta y el reloj resulta más útil en el cajón que en la muñeca. La prisa se contempla con envidia y hasta con morriña de aquellos tiempos de estrés perdidos. La nueva rutina llena de horas muertas a pesar del eterno bucle del trabajo de buscar trabajo hace que se recuperen algunas costumbres olvidadas. De nuevo se espera a que el muñeco del semáforo se ponga en verde para cruzar, se cede gustosamente el paso al subir al autobús, la película de la calle comienza a ser interesante, el enfoscado de vías y obras acaba cobrando una nueva dimensión contemplativa... 
El corazón solo se acelera a la hora de dejar a los niños en el colegio, cuando toca echar un vistazo a la hipoteca o las facturas y sobre todo, con esa guantada a mano muerta de realidad que supone renovar una vez más la tarjeta de demanda de empleo.  Ahí sí que se nota el pasar del tiempo convertido ahora en ansiedad sufrida en silencio prima hermana de la autoestima.  Autoestima, divino tesoro, ¡tú que te fuiste sin avisar y solo con billete de ida¡

viernes, 11 de enero de 2013

MÁS COLAS EN EL INEM QUE EN LAS REBAJAS

En las oficinas del paro hay más gente que en las rebajas. Ojeras, ropa triste, cabellos mal peinados, algunas legañas, estética despreocupada, expresiones de rostros entre desesperados y resignados... Parece la feria de Tristón. En la tómbola en vez de perritos pilotos te toca un número para la C16. Todos con la cara de tener la cabeza en otro sitio... El ambiente  te corta el cuerpo. Te invita a salir corriendo. O mejor, a llamar al Lobatón para que te ayude a encontrar ese trabajo que anda por ahí perdido y que tú necesitas...
Ahí va un video que rompió un día esa dinámica; aunque solo fuera por unos minutos, estos músicos de INEM al menos consiguieron arrancar una sonrisa a esos rostros anónimos que forman ya una desesperada comunidad de seis millones de personas en España a la espera de que lleguen las rebajas a las cifras del desempleo.