Ni Internet ni las nuevas tecnologías puede con la esencia de la Semana Santa. Y eso que poco a poco se están perdiendo algunas señas de identidad otrora inquebrantables. Ya no hace falta mirar al cielo para ver si dan agua. Los cofrades lo consultan con las webs meteorológicas. Los itinerarios de papel están mal vistos. Ahora se puede salir a ver pasos a pecho descubierto sin planes ni rutas, solo se necesita un buen móvil con la aplicación adecuada. En unos segundos y con un simple toque al teclado se puede saber absolutamente todo sobre cualquier Hermandad, incluido el color de gallumbos que lleva el Hermando Mayor bajo la túnica.
El papel de los itinerarios y el abanico están evolucionando hacia nuevos usos |
La sobrecarga de información en la sociedad de la información está servida. Se acabó el misterio de saber por dónde va el Misterio. La tecnología gps permite conocer en tiempo real la latitud y la longitud de la procesión con una exactitud milimétrica. Como si en vez de la pasión del Señor estuviéramos presenciando el aterrizaje en Marte del Apollo XXIII... Da miedo pensar que en unas décadas todo el cortejo pueda estar programado y dirigido por control remoto desde Cabo Cañaveral...
Pocos se fijan ahora en los detalles del bordado del manto que estrena la Virgen; en si el paso lo llevan cargadores o costaleros o si el palio va duro o mal tallao, y ni mucho menos en la estremecedora expresión del Crucificado recién restaurado que sale por vez primera a la calle. ¿Para qué? Todo eso se puede encontrar luego colgado en la Red en cualquier portal. El cofrade tecnológico ve pasar de reojo todo el espectáculo de la pasión de Cristo prestando más atención a su pantalla táctil que a todo lo que sucede a su alrededor. Es más importante sacar una buena foto o un buen vídeo para compartir luego en la red social que dejarlo todo y poner los cinco sentidos en esa escena tan sobrecogedora.
Pero a pesar de ese cúmulo de modernas tendencias, los más tradicionales siguen respirando tranquilos. Ni siquiera Internet, ni Android, ni la manzana mordía han podido alterar la originaria definición antropológica de la Semana Santa. Jamás podrán evitar ese pisotón del peatón desconocido que te ataca el juanete sin piedad agobiado por la prisa por llegar a ninguna parte. No pueden cortar el paso a ese grupo de adolescentes de acné floreciente que se cruza delante del Señor en el momento de la levantá.
No quitarán de en medio a ese armario empotrado que se cuela delante y estropea esa foto para marco. No harán callar a esa señora de la sillita de playa que protesta porque lleva dos horas esperando ahí sentada y le quitan la primera fila en un descuido. No calmarán esos ataques de tos descontrolada por culpa del monaguillo del incienso. Ni aliviarán el dolor de espalda de una tarde entera de tener a una criatura subida sobre los hombros y mucho menos, serán capaces de prever la rabieta del niño que pide un pirulí a moco tendido y luego llora porque se le ha caído y encima se acaba manchando de caramelo la rebeca nueva. Y no conseguirán jamás alterar el orden normal de esas recogidas silenciosas de madrugada donde el crujir de las pipas rompe ese momento mágico de silencio espiritual...
Esas escenas repetibles y repetidas perdurarán por siempre, ¿o no? Las llevamos en nuestro disco duro. No ha nacido aún quien consiga formatearlas y reprogramarlas. Somos como somos y así seguiremos, viviendo esos días de presunto recogimiento que nuestro acervo ha ido construyendo durante siglos dándole galones de tradición a anécdotas y costumbres que se perpetran sin solución de continuidad año tras año. Ese chip tan imperfectamente humano se lleva en los genes y hasta ahora no se ha fabricado hardware ni sofware alguno que pueda explicarlo y, ni mucho menos, reproducirlo en alta definición HD.