sábado, 30 de marzo de 2013

LA PASIÓN DE CRISTO SEGÚN SAN ANDROID


El papel de los itinerarios y el abanico están evolucionando hacia nuevos usos
Ni Internet ni las nuevas tecnologías puede con la esencia de la Semana Santa. Y eso que poco a poco se están perdiendo algunas señas de identidad otrora inquebrantables. Ya no hace falta mirar al cielo para ver si dan agua. Los cofrades lo consultan con las webs meteorológicas. Los itinerarios de papel están mal vistos. Ahora se puede salir a ver pasos a pecho descubierto sin planes ni rutas, solo se necesita un buen móvil con la aplicación adecuada. En unos segundos y con un simple toque al teclado se puede saber absolutamente todo sobre cualquier Hermandad, incluido el color de  gallumbos que lleva el Hermando Mayor bajo la túnica.
La sobrecarga de información en la sociedad de la información está servida. Se acabó el misterio de saber por dónde va el Misterio. La tecnología gps permite conocer en tiempo real la latitud y la longitud de la procesión con una exactitud milimétrica. Como si en vez de la pasión del Señor estuviéramos presenciando el aterrizaje en Marte del Apollo XXIII... Da miedo pensar que en unas décadas todo el cortejo pueda estar programado y dirigido por control remoto desde Cabo Cañaveral...
Pocos se fijan ahora en los detalles del bordado del manto que estrena la Virgen; en si el paso lo llevan cargadores o costaleros o si el palio va duro o mal tallao, y ni mucho menos en la estremecedora expresión del Crucificado recién restaurado que sale por vez primera a la calle. ¿Para qué? Todo eso se puede encontrar luego colgado en la Red en cualquier portal. El cofrade tecnológico ve pasar de reojo todo el espectáculo de la pasión de Cristo prestando más atención a su pantalla táctil que a todo lo que sucede a su alrededor. Es más importante sacar una buena foto o un buen vídeo para compartir luego en la red social que dejarlo todo y poner los cinco sentidos en esa escena tan sobrecogedora.
Pero a pesar de ese cúmulo de modernas tendencias, los más tradicionales siguen respirando tranquilos. Ni siquiera Internet, ni Android, ni la manzana mordía han podido alterar la originaria definición antropológica de la Semana Santa. Jamás podrán evitar ese pisotón del peatón desconocido que te ataca el juanete sin piedad agobiado por la prisa por llegar a ninguna parte. No pueden cortar el paso a ese grupo de adolescentes de acné floreciente que se cruza delante del Señor en el momento de la levantá.
No quitarán de en medio a ese armario empotrado que se  cuela delante y  estropea esa foto para marco. No harán callar a esa señora de la sillita de playa que protesta porque lleva dos horas esperando ahí sentada y le quitan la primera fila en un descuido. No calmarán esos ataques de tos descontrolada por culpa del monaguillo del incienso. Ni aliviarán el dolor de espalda de una tarde entera de tener a una criatura subida sobre los hombros y mucho menos, serán capaces de prever la rabieta del niño que pide un pirulí a moco tendido y luego llora porque se le ha caído y encima se acaba manchando de caramelo la rebeca nueva. Y no conseguirán jamás alterar el orden normal de esas recogidas silenciosas de madrugada donde el crujir de las pipas rompe ese momento mágico de silencio espiritual...
Esas escenas repetibles y repetidas perdurarán por siempre, ¿o no? Las llevamos en nuestro disco duro. No ha nacido aún quien consiga formatearlas y reprogramarlas. Somos como somos y así seguiremos, viviendo esos días de presunto recogimiento que nuestro acervo ha ido construyendo durante siglos dándole galones de tradición a anécdotas y costumbres que se perpetran sin solución de continuidad año tras año. Ese chip tan imperfectamente humano se lleva en los genes y hasta ahora no se ha fabricado hardware ni sofware alguno que pueda explicarlo y, ni mucho menos, reproducirlo en alta definición HD.



miércoles, 20 de marzo de 2013

LA MUERTE LENTA Y SILENCIOSA DE LA CESTA DE MIMBRE


Traen la alegría a los baños y las terrazas lavadero con esa estética rural y ese color a naturaleza viva con aroma de aquellos campos de Castilla. Imposible saber cuántos calzones y braguitas bien currados han cobijado en lugar discreto mientras se abría el próximo turno de lavadora. La cesta de mimbre se apaga poco a poco, en silencio, como la inexorable cuenta atrás de un contrato temporal que llega a su fin en 15 días sin que la empresa tenga interés alguno por renovarlo. Es una muerte lenta y discreta, desapercibida. Después meses sumida en el más profundo ostracismo doméstico, un barrido ocasional nos golpea con la noticia. 
La escoba nos descubre la realidad escondida. Varias hebras sueltas e inertes yacen en el suelo junto a su cesta madre. Es la prueba irrefutable de que algo va mal. Se descuajaringa sin remedio. Se ha puesto en marcha el cronómetro de su final en una lastimosa agonía con fecha de caducidad. A medida que pasan los días nuevas hebras van cayendo y van dejando al descubierto la dañada estructura cada vez más convexa de nuestro mobiliario de los 20 duros, que pierde masa y forma por momentos. Tratamos sin éxito de recomponerla. Cualquier intento es estéril. No hay rama alguna de la FP que enseñe la artesanía cestera, eso no se aprende en la era global. 
Ahora sí que se echa de menos esos reportajes regionales del NODO sobre menesteres que se van perdiendo. Y como pasa en la vida, solo apreciamos las cosas un instante, el minuto que dura el camino desde casa hacia el punto limpio, donde le decimos adiós para siempre. Se nos fue, aunque la pena es pasajera. Tarde o temprano llegará otra más joven y robusta que tomará su lugar. La ingratitud consumista disimula el olvido.

sábado, 9 de marzo de 2013

BUSCO TRABAJO, PERO NO SOY TONTO

El acoso prolaboral es un incipiente fenómeno social que ha surgido en España al albur del crecimiento exponencial de las listas de empleo y la llegada de las nuevas tecnologías a la vida cotidiana. Cerca de seis millones de desempleados sufren en sus propias carnes el marketing agresivo de empresas on line que se dedican a fustigarles con sus ofertas laborales prometiendo la salida del túnel a quienes tienen la desgracia de ser carne de INEM.
El anzuelo se vende en forma de interesante oferta de empleo. El incauto parado se decide a solicitar información. Es entonces cuando se abre un interminable proceso en bucle, que acaba con la paciencia del más bendito y cuyos resultados son tan cuestionables como inexistentes. Una vez mordida la carnada, primero obligan a registrase en el sitio, luego  invitan a rellenar un exhaustivo cuestionario con toda la experiencia profesional y los datos personales (ahí estás perdido) incluidos. 
Después de media hora larga tecleando completando la ficha laboral, el joputa programa te da la opción de adjuntar un currículum. ¿Y entonces, para qué tantas preguntas? La desesperación y las ganas de salir del boquete obligan al interesado a tirar palante y a  aceptar las leoninas condiciones de uso sin plantearse si quiera que  al facilitar el correo o, peor aún, el móvil, se abre la caja de los truenos y se da rienda suelta a la vez a un auténtico bombardeo de promociones comparable a la campaña más febril de cualquier operador telefónico. 
A partir de ese momento la bandeja de entrada se inunda de  ofertas, curiosamente casi nunca laborales.  La mayoría de las veces se trata de "interesantes" y  estrambóticos cursos diseñados para abrir de par en par las puertas del trabajo deseado. ¿Pero si estoy tieso, cómo me voy a gastar un duro en formación? Las propuestas de empleo suelen ser cíclicas, esto es, cada par de meses ofrecen la misma (el reclamo del cliente misterioso en Cuenca es todo un clásico). Además, casi siempre están desfasadas o al pinchar en el enlace salta el epígrafe "not found". 
Después de varias llamadas telefónicas ofreciéndonos el curso de la profesión con más futuro y el correo lleno de spams, caemos en la cuenta. Nos han despelotado por dentro. Se han quedado con la intimidad de nuestros datos personales, un negocio muy rentable, para ellos claro está. Estos listos no timan dinero, timan dignidad.