jueves, 26 de septiembre de 2013

EL CALCETÍN SINGLE

Se va el verano y la ropa de abrigo vuelve a tomar los armarios. Adiós a las chanclas y vuelta al mocasín. Los pies otra vez encadenados bajo el yugo del algodón. Retorna un drama interminable al día a día de nuestro vestuario. Aparecen de nuevo, como cada año desde tiempo inmemorial, esa media docena de calcetines singles, prendas solitarias que enviudaron por culpa de una mala praxis doméstica. Quizás fue en un lavado rápido, o en un viaje de fin de semana, o tal vez se separaron para siempre después de un planchado faraónico de sábado tarde lluvioso. 
La mayoría de sus dueños se niegan a asumir la realidad: les ciega un extraño cariño. Siguen conservándolos a sabiendas de su error por si algún día el destino les devuelve su otra prenda gemela. Mientras tanto ahí están, sobreviviendo como pueden a la amenaza de convertirse en trapos para limpiar la cadena de la bici o cambiarle el aceite al coche del abuelo. 
Solo pequeños brotes de esperanza alteran su monótona existencia. Mas no, ese calcetín que se rescata del fondo de la canasta de la ropa no es el mismo. Se parece, pero tiene rayas y es más fino. Lástima, y, para más inri, cuando aparece el izquierdo ya no se recuerda dónde se guardó el derecho.
Solos, sin pareja, olvidados en cualquier cajón, marginados en el hueco del ropero o camuflados en ese montón de ropa que circula de rincón en rincón del cuarto de la plancha. Así pueden estar años, décadas. Esperando a su hermano de fábrica, suspirando porque algún día su dueño lleve prisa y se lo ponga por despiste. Pero eso, si alguna vez sucede, solo ocurre en las bodas, los bautizos y las comuniones.




jueves, 19 de septiembre de 2013

EL MOSQUITO: EL ÚNICO INSECTO QUE SABE LATÍN

Ya está bien de hablar siempre de los mosquitos en sentido despectivo. Envidia que nos dan e insidia que les tenemos. Esos bichos saben latín. ¡Anda que no¡ Se ríen en nuestra cara cada vez que quieren. Nos dedican un corte de manga por cada palmada al aire de la que salen airosos. Hacen que nos autolesionemos como tontos que apagan su enfado maltratándose a sí mismos. Los budistas creen que los mosquitos son la reencarnación de un alma porculera. Tiene sentido.
Nos alejan a su antojo de los brazos de Morfeo. Pueden llegar a ser nuestra peor pesadilla. ¿Inteligencia de mosquito?... quién la pillara. Continuamente nos provocan para que hagamos el ridículo. Un hombre a las tantas de la mañana subido en calzoncillos en una cama con una babucha en la mano desafiando en voz alta a un insecto de apenas unos centímetros... ¿no resulta patético?
Da igual cualquier estrategia para cazarlos, en el mano a mano perdemos por goleada. Juegan como nadie con la caraja del insomnio. Se esconden en las esquinas o debajo de la cama o en lo alto del crucifijo o cuadro de flores, según creencias. Cuando están hambrientos son capaces de esperar horas agazapados en el portón hasta que la incauta víctima vuelve a casa y le abre el camino, ajeno a la nochecita que le espera. ¿Quién es el sabio aquí, el homo sapiens o el culícidus? Cuántos millones para nada se habrá gastado la humanidad en mosquiteras o en la fórmula del Raid y ahí siguen, dando porsaco forever.
Imagen: rondadecafe.com
Mal que nos pese, nuestro comportamiento con los mosquitos pone en evidencia una más de las millones de contradicciones de la raza humana: Como el insecticidio aún no está tipificado en el Código Penal, somos capaces de ponernos en pie de guerra contra un pobre insecto con tal de no ceder ni una ridícula gota de nuestra sangre, pero al mismo tiempo somos incapaces de movilizarnos, de hacerles ni una sola picadura para que le escuezan, a los vampiros de los bancos, que esos sí que se han llevado toda nuestra sangre con unos intereses que estaremos pagando la vida entera con sudor y lágrimas.