sábado, 16 de febrero de 2013

LA CICLOSTATIC, LA PERCHA MÁS DEPORTIVA


La ciclostatic es al ejercicio lo que una promesa electoral a un político: efímera, difusa, casi siempre incumplida y olvidada. La tozudez de los hechos, el infame dolor de huevos que produce se convierte en la primera de un océano de excusas para dejarla aparcada de por vida. Siempre hay algo más interesante que hacer, alguna obligación pendiente que surge justo a la misma hora programada para el pedaleo. El reluciente culote reforzado por la taleguilla del Decatlón se queda arrumbiado en el cajón con un solo lavado. Una lástima porque se veía que ahí había un tipito bueno por moldear. 
Al cabo de unas semanas, la ciclostatic se transforma en trastostatic, un armatoste desubicado imposible de colocar después a alguna amistad con la sana ambición de ponerse en forma. Con garaje el problema es menos serio. Pero en un piso de 70 metros, la cosa cambia. Además de que pesa como un muerto y no hay quien la mueva, se ponga donde se ponga siempre estorba. Y lo peor, se inicia una tormentosa relación amor-odio entre dueño y objeto, que a menudo termina con el cacharro colgado en E-Bay a un precio tirado por los suelos. Ni aún así nos libramos tan fácilmente de ella. 
Después de varios arrañazos en las espinillas y algún que otro golpe en la cabeza con el manillar de cuernos parece que a base de porrazos al fin se le encuentra una ubicación adecuada: el cuarto de la plancha. Allí está a salvo de las visitas con niños pequeños que acaban siempre subidos en ellas dando la lata. Resulta un alivio, al menos provisional, comprobar cómo en esta habitación por fin parece que el aparato encuentra utilidad y razón de estar, ahora transformado en una magnífica percha de diseño donde abrigos, toallas, camisas, batas y  muditas tienen su acomodo en esos días tontos en lo que no hay ganas de dejarlos bien colocados en el armario.