miércoles, 23 de enero de 2013

EL PELO TRAICIONERO



El parado padece sin poder evitarlo un fuerte déficit de paciencia. Hasta la gloria bendita exaspera. Y, cuando se trata de hacer un trabajo de doma de las tareas domésticas, más; porque al desempleado se le cae la casa encima por principio. 
En la batalla silenciosa de las labores de hogar, el mayor enemigo, es, sin duda, el pelo traicionero de cuarto de baño. Ése que, aunque no tenga ni piernas ni brazos, se agarra a su feudo como náufrago a una tabla. Ése que ha hecho correr en vano ríos y ríos de champú anticaída por nuestra cabellera. 
Los hay lacios y esbeltos, -casi da gusto tocarlos de dóciles-; pequeños o cortos,       -los más escurridizos-, y rizados, aquellos de moral dudosa que aparecen siempre cuando llega una visita. Algunos son amables y van a la mano como oveja al redil, pero la mayoría son de naturaleza indomable. Al fin y al cabo no son más que la expresión hecha putada de la venganza del desterrado del cuerpo por causa injusta. Y aunque no tienen cerebro conocido, saben que ellos, solo uno de ellos a la vista, marca la diferencia entre dejadez y limpieza.
Se mueven como pez en el agua en su hábitat natural, escondidos en el grifo del lavabo, mimetizados en las juntas de los azulejos o pertrechados bajo la taza del inodoro. Llevan el camuflaje en los genes. Lo hacen desde que nacen siendo aún pelusas de cabellos hasta que se separan de la epidermis. 
Por eso, el ritual de su cacería precisa recurrir a tácticas bélicas napoleónicas de acoso y derribo al enemigo. Maniobra envolvente, acorralamiento y ataque frontal con bayeta o fregona escurrida. Aún así, a pesar del presunto éxito de la estrategia, si lo tiene,  nunca se puede lanzar las campanas al vuelo. Cuando todo parece estar impoluto y examinamos nuestra obra con la autocomplacencia del deber cumplido,  aparece alguno que nos la ha vuelto a jugar y sigue ahí; impasible, burlón. 
¡No estamos preparados para limpiar contra los elementos¡. La victoria sin embargo resulta tan efímera como un aprobado raspado en la prueba del algodón. En el fondo, nos sentimos presa del síndrome del castigo de Sísifo. Sabemos que volverán y que la guerra la tendremos siempre perdida porque el enemigo "lleva pelo".

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